domingo, 14 de noviembre de 2010

El espejo del desierto

Me sorprendió indefenso. Me convenció a dejarme llevar y tranquilizarme a la vez que me intrigaba. No era exactamente tranquilidad, sinó que el tiempo se había ralentizado. Con esa mirada inexpresiva me pareció que podía ver mi alma, que leía mis pensamientos. Tenía ese aire seductor de las cosas imposibles, y para mi sorpresa no me sentí incómodo. Mirar esos ojos producía magnetismo, me resultaban familiares. Su sonrisa precedió un saludo cordial. Entonces, sin más se desvaneció y solo quedaron dunas, y un espejo roto.