-Aceptaste.
-¿Acaso existe un cielo o un infierno?
-No lo sé, pero por si acaso vístete de gala.
Y te llevé a dónde residian tus miedos, tus no sé qué me ocurre, tus novelas a medio escribir. Y le prendí fuego y así pudimos entrar, pues tú y yo ya éramos fuego. Incluso tal vez ya lo éramos antes de cruzarnos.
-¿Cómo se abre la puerta?
-Debes pagar la entrada con sangre.
Y decidiste hipotecarte, por si era la mejor opción para empezar a no existir. Por si al final del sueño todo tenía su explicación, todo tenía un orden y una razón de ser. Por si los eslabones de tus cadenas se levantaban en rebeldía. Y así descubriste que el fuego te mantenía con vida, pese a todo.
-Pese a todo, iré contigo.
-No puedo prometer que no te arrepentirás.
-Sólo prométeme que no me dejarás apagarme.