Es cuando pesan las miradas que podemos volar. Es cuando nos desprendemos de una idea,
echamos abajo las paredes a puñetazos, inhalamos todo el aire, subimos y le
gritamos a la atmosfera, que se asustan las nubes y los pájaros nos picotean y
nuestra madre nos despierta de una colleja. Es solo cuando el cuerpo no tiene
energía para transportarse y por lo tanto decide moverse sin esfuerzo, cuando
nuestra mente nos pone en alquiler porque ha decidido que requiere de un
espacio más grande que el de nuestra cabeza, que sin embargo, en mi caso, no es
pequeña. Es cuando escribimos que podemos volar, que por juntar letras las
combinaciones son infinitas, cuando hablamos solos y cuando hablamos con alguien
que tiene ganas de escuchar. Cuando besamos vuelan las lenguas, cuando nos
conocemos de nuevo cada día vuelan los ojos y las manos, cuando nos despedimos
vuela el bolígrafo y el papel. Es cuando amamos que también podemos volar. Y
cuando alguien nos dice que pisemos con los pies en la tierra es sin lugar a
dudas porque ha advertido que estamos volando, y nos envidia. Es cuando
recorremos los planetas y nos inventamos las galaxias que no conocemos, ponemos
cara de intelectuales, cuando no hacemos absolutamente nada, cuando la mente
viaja a todas partes sin moverse del sitio. Cuando tenemos sueño para hablar y
escuchamos con el piloto automático, cuando trasnochamos, cuando nochatramos en
el trasdía, cuando nos inventamos las palabras. Es cuando vemos un documental en el que
aprendemos que el ser humano no tiene alas, cuando alguien nos llama locos,
cuando despierto tras haber soñado no sé muy bien qué pero me ha gustado. Es
entonces cuando podemos volar. Es siempre. Siempre que nos lo propongamos, que
esto es algo que solo se entiende una vez despegas.
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