domingo, 12 de diciembre de 2010

El paso del tiempo

-Acostumbra a caminar a merced de nuestras acciones y nuestras decisiones. Lleva un vestido lo suficientemente resistente como para no ceder ante las manos desesperadas que se aprietan sobre él. Dichoso sea quien pueda permitirse el lujo de besar por donde pisa. De poco sirve agarrarse a sus faldas e intentar retenerla, pues su caminar frío, inexpresivo, amorfo y quizá cruel no cesa ni uno solo de los instantes que los poetas despechados dedican a sus musas o los que son ancianos de espíritu a sus recuerdos desgastados en arrugas y papel. Dicen que inexorablemente nos lleva hasta un abismo desconocido, aunque yo no lo sé, no lo he visto nunca. ¿Y tú?

-No he oído hablar de tal abismo, pero la descripción que me hace usted me conduce a imaginar una bella mujer con ése aire seductor que tienen todas las cosas imposibles.

-Dices mucha verdad llamándola imposible. Pero debo decirte que no es una mujer, sino la manecilla del reloj, la habitación vacía que contempló dentro de si tantas confesiones de amor, el río donde los niños venían a jugar pero ahora ya se secó... Podrías llamarlo en pocas palabras, el paso del tiempo. Aun así, mejor sentirte seducido por él que matarlo, como hacen algunos.

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